Entrevista con un caníbal: Jeffrey Dahmer Parte 1

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En enero de 1991, unos meses después de mi retiro del FBI, la Universidad de Wisconsin me invitó a dar un curso de elaboración de perfiles criminales y sobre abuso sexual infantil en Milwaukee, en colaboración con mi antiguo colega Ken Lanning. Para nosotros era un encargo rutinario y no me detuve a pensar en las consecuencias hasta que por los titulares de la prensa me enteré de que el verano de aquel mismo año habían detenido en Milwaukee a Jeffrey Dahmer. Dahmer estaba acusado de haber cometido diecisiete asesinatos en aquella zona y en los alrededores de la casa donde había transcurrido su infancia, en Bath, Ohio. Para mí fue una grata sorpresa recibir una carta, el mes de agosto, de un investigador que había asistido al curso y que en aquel momento participaba activamente en el esclarecimiento del caso Dahmer. «No se puede figurar hasta qué punto han sido útiles sus explicaciones para abordar los sucesos ocurridos recientemente en Milwaukee —decía—. No sólo para mí, sino también para los demás investigadores que también han participado [en el caso Dahmer], ha sido de gran ayuda saber qué debíamos buscar».

Más tarde, mi intervención en el caso Dahmer fue más directa y personal. En otoño coincidieron en ponerse en contacto conmigo la defensa y un policía que pasó mi historial profesional al fiscal. Mi amigo Park Dietz iba a presentarse por la acusación, pero en aquella ocasión mi opinión difería de la suya y acepté asesorar a la defensa. No es que creyera que Dahmer fuera inocente de sus crímenes desde el punto de vista legal o médico, pero me parecía que existían circunstancias atenuantes que permitían plantear un caso de locura. En mi opinión, Dahmer no respondía ni al perfil clásico del criminal «organizado» ni al del «desorganizado»; mientras que un asesino organizado sería legalmente cuerdo, y un asesino desorganizado sería, para la ley, claramente demente, Dahmer era ambas cosas y ninguna de las dos, una especie de criminal «mixto», por lo que cabía la posibilidad de que un tribunal considerase que no estaba en su sano juicio cuando cometió algunos de sus últimos asesinatos.

Era improbable que me llamasen a testificar en este caso, debido a la presencia de reconocidos psiquiatras por ambas partes. Sin embargo, mi opinión difería incluso de la de los profesionales más expertos, ya que mi especialidad son los aspectos criminales de la conducta y no sus desviaciones. La sorprendente noticia «Ressler testigo de la defensa» hizo arquear las cejas a más de uno. El fiscal del distrito del condado de Milwaukee, E. Michael McCann, que representaba a la acusación, se opuso enérgicamente a mi testimonio. Llegó a decir al tribunal que hasta mis antiguos colegas de la Unidad de Ciencias de la Conducta ponían objeciones a mi comparecencia. Circuló el rumor de que yo había pedido intervenir en el caso. No es cierto. Como ya he explicado anteriormente, en mi carrera profesional fuera del FBI jamás he solicitado comparecer como testigo experto, pero con cierta frecuencia me he visto inesperadamente requerido para hacerlo. Este rumor, iniciado por mis antiguos colegas de la Unidad de Ciencias de la Conducta, me ha seguido acompañando desde entonces, e incluso se sacó a relucir en un caso de asesinato en Texas, en un intento de evitar que testificara para la defensa. Los celos profesionales son duraderos y no es fácil erradicarlos.


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Hace unos años, de noche y desde la oscuridad de la calle, una voz me pidió ayuda con su cerradura. Sin detenerme ni por 3 segundos, le dije: "Perdóneme, pero ya me esperan". Me alejé rápidamente pensando: "Gracias, Ted Bundy".

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