Asesinos seriales psicóticos: Caso Herbert Mullin y “La Canción de la Muerte”

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Psicóticos: La pesadilla viviente

La psicosis se define como un trastorno mental grave caracterizado por un cierto grado de desintegración de la personalidad. Los psicóticos viven en un mundo de pesadilla propio. Sufren de alucinaciones y delirios: escuchan voces, ven visiones, están poseídos por creencias extrañas. En pocas palabras, han perdido el contacto con la realidad.

A diferencia de los psicópatas, de los que ya hemos hablado ampliamente en ocasiones anteriores, que parecen ser personas normales y racionales, incluso cuando llevan una vida secreta grotesca, los psicóticos coinciden con la concepción común de la locura. Las principales formas de psicosis son la esquizofrenia y la paranoia.


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En su mayor parte, los asesinos en serie no son psicóticos. Sin embargo, ha habido algunas excepciones notables, como el esquizofrénico paranoico Herbert Mullin.

Herbert Mullin y “La Canción de la Muerte”

Durante los primeros veintidós años de su vida, Herbert Mullin no mostró signos de la furiosa psicosis que eventualmente tomaría posesión de su mente y resultaría en la brutal muerte de trece víctimas al azar.

Nacido en Salinas, California, en abril de 1947, parecía tener una infancia normal. Pertenecía a los Boy Scouts, jugaba al béisbol de las Ligas Pequeñas, y compartía una casa de árbol con sus amigos.

Años más tarde, recordó su infancia de manera muy diferente, insistiendo en que sus padres deliberadamente habían tratado de arruinar su vida enviando mensajes telepáticos a sus compañeros de clase, amenazando con matarlos en el más allá si jugaban con él. Para el momento en que hizo esta salvaje acusación, Mullin ya había ido muy lejos en su locura.

Desde el primer grado hasta su segundo año de escuela secundaria asistió a la escuela parroquial católica, luego, después de que su familia se mudara a Santa Cruz, se trasladó a San Lorenzo Valley High, donde encontró una novia y formó un apego muy fuerte con un amigo llamado Dean.

Después de la muerte de Dean en un accidente automovilístico, Mullin primero manifestó síntomas extraños, creando una especie de santuario para su amigo en su dormitorio y mirándolo durante horas y horas. Alrededor de este tiempo, Mullin también se introdujo al consumo de marihuana. Sin embargo, es difícil saber cuánta significancia se le puede asociar a estos eventos. Después de todo, muchas personas han tenido experiencias similares: perder a seres queridos en accidentes trágicos, experimentar con drogas, pero sin convertirse en trastornados asesinos seriales.

La primera indicación de que algo estaba muy mal con Mullin ocurrió en una reunión familiar para el vigésimo noveno aniversario de sus padres en marzo de 1969. Durante la cena, Mullin robóticamente imitó cada palabra y gesto de su cuñado, Al. Su comportamiento era tan extraño que finalmente se convenció de ingresar a un hospital psiquiátrico estatal, donde se le diagnosticó una “reacción esquizofrénica”.

Aunque los psiquiatras juzgaban que su estado mental se estaba deteriorando y que el “pronóstico era pobre”, no tenían poder para mantenerlo bajo custodia. Después de seis semanas, Mullin se fue.

Durante los siguientes años, estuvo a la deriva, trabajando en una sucesión de trabajos menores: lavaplatos, encargado de una gasolinera, chofer de camión para Goodwill Industries. Por un tiempo él vivió en Hawaii. Él estaba dentro y fuera de los hospitales psiquiátricos. Comenzó a escuchar voces que le ordenaban afeitarse la cabeza y quemar su pene con un cigarrillo encendido. Y él obedeció ambas órdenes. Los doctores, reconociendo que estaba bajo una extrema esquizofrenia paranoica, advirtieron que su condición era “grave”. No tenían idea de cuán peligroso se estaba convirtiendo Herbert Mullin.

Hace unos años, de noche y desde la oscuridad de la calle, una voz me pidió ayuda con su cerradura. Sin detenerme ni por 3 segundos, le dije: "Perdóneme, pero ya me esperan". Me alejé rápidamente pensando: "Gracias, Ted Bundy".

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