El 22 de abril de 1986, Pardo y García van a la casa de Fara Quintero y Sara Musa. Pardo y García estaban molestos con estas mujeres porque no habían comprado una videograbadora con la tarjeta de crédito de Luis Robledo, como García les había ordenado. Además, las mujeres constantemente se quejaban de que García le debía $50 dólares a Fara Quintero y esta vez tuvieron la audacia de quejarse ruidosamente en público. Una vez en el apartamento, Pardo, como de costumbre, va al baño. Cuando sale, le dispara a Sara Musa varias veces, pero su arma se detiene. Luego apunta la pistola hacia la cabeza de Fara Quintero y dispara varias veces, asesinando a ambas.
Al día siguiente, el 23 de Abril de 1986, García y Pardo se encuentran con su jefe, Ramón Alvero, quien los había estado evitando tras el fracaso de dos transacciones de cocaína que estaban a cargo de Pardo. Alvero y su novia Daisy Ricard son conducidos a un lugar aislado y asesinados a tiros. El cuerpo de Daisy es arrojado en un terreno baldío y Alvero permaneció en el maletero de su vehículo. Al disparar sobre la cabeza de Daisy, Pardo se lastimó el pie y se fue a Nueva York después de los crímenes con el fin de recuperarse.
El 7 de mayo de 1986, Manuel Pardo y Rolando García son arrestados y acusados por los asesinatos de Ramón Cruz Alvero y su novia, Daisy Ricard. Fueron encontrados porque usaban las tarjetas bancarias de sus víctimas. El 11 de junio, la policía de Miami anunció que Pardo y García estaban vinculados a un total de nueve asesinatos, seis hombres y tres mujeres. Pardo fue vinculado por su diario en el que hablaba de asesinatos y por recortes de documentos confiscados en su casa. También se confiscaron artículos de Pardo relacionados al nazismo, Pardo era un ferviente admirador de Adolf Hitler.
En su defensa, Pardo se establecería como un limpiador de calles, que atacaba a los parásitos de la sociedad, aunque su abogado había declarado locura. El fiscal argumentarba que Pardo era un ex-policía que se había transformado por su adicción a la cocaína. En su juicio, Pardo va al estrado, y a pesar de la renuencia de su abogado, no sólo asume los asesinatos, sino que declara estar decepcionado por haber matado a tan pocos de estos “parásitos”: “Disfruté de lo que estaba haciendo. Son parásitos y son sanguijuelas, y no tienen derecho a estar vivos. Yo envié sus almas a los fuegos eternos de la condenación del infierno por la miseria que causaron”. Obviamente negó ferozmente ser un secuaz del narcotráfico.
El jurado deliberó durante seis horas y el 15 de abril de 1988 lo declaró culpable de nueve asesinatos y otros actos delictivos. Pardo le dice al jurado: “Soy un soldado, he cumplido mi misión y humildemente les pido que me den la gloria de terminar con mi vida y no enviarme a prisión por el resto de mi vida. Les ruego que me permitan tener un final glorioso”. El jurado respetó este deseo y Pardo fue sentenciado a muerte por cada uno de sus asesinatos, más 15 años en prisión, y la condena fue confirmada en la apelación.