Historia del asesinato serial, parte 1: Tan antiguo como el pecado

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Existe una creencia común de que el asesinato serial es un fenómeno moderno que comenzó, según ciertos expertos autoproclamados, con los crímenes de “Jack el Destripador”. Ésto es una completa tontería. La realidad es que pertenecemos a una especie violenta; los tipos de atropellos cometidos por los asesinos seriales han sido un aspecto de la sociedad humana en cualquier momento y en cualquier lugar. Como dice la Biblia, “No hay nada nuevo bajo el sol”, y eso se aplica tanto al asesinato sádico como a cualquier otra cosa.

De hecho, la evidencia científica reciente sugiere que el gusto por la crueldad salvaje está codificado en nuestro ADN, una herencia evolutiva de nuestros primeros antepasados primates. En su libro “Demonic Males”, el antropólogo de Harvard Richard Wrangham demuestra que los chimpancés (que están “genéticamente más cerca de nosotros que incluso los gorilas”) rutinariamente cometen actos de tortura y caos tan espantosos como cualquier cosa registrada en el libro “Psychopathia Sexualis”. No sólo se aprovechan de los miembros vulnerables de su propia especie, sino que sus ataques “están marcados por una crueldad gratuita: arrancar trozos de piel, por ejemplo, torcer las extremidades hasta que se rompan o beber sangre de una víctima, que recuerdan actos que en los humanos son considerados como crímenes indescriptibles durante tiempos de paz y atrocidades durante la guerra”.

Que los seres humanos siempre se han permitido comportamientos extraordinariamente bárbaros está claro en todo, desde los antiguos mitos griegos (como la historia de Atreo, que masacró a los hijos de su hermano y los horneó en un pastel caníbal) hasta las hazañas de los caballeros medievales, que de ser los modelos caballerescos del estereotipo popular, eran guerreros brutales que se sentían libres para saquear, violar y (cuando se emborrachaban lo suficiente con hidromiel) permitirse masacrar en masa, a veces a mujeres indefensas. Cualquiera que afirme que no hubo crímenes sexuales por mutilación en siglos pasados, claramente no ha leído “Tito Andrónico” de Shakespeare, en el que una joven es violada en grupo, y luego se le corta la lengua y las manos para evitar que identifique a sus agresores.


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Dada toda la impactante evidencia de que el asesinato sexual siempre ha sido un componente del comportamiento humano, ¿cómo es que la gente ha llegado a creer que los asesinos seriales son exclusivos de los tiempos modernos?

Hay varias respuestas. En primer lugar, un hombre que cometió actos repetidos de espantosa mutilación y asesinato contra víctimas inocentes no fue considerado necesariamente como un delincuente en épocas pasadas. A lo largo de los milenios cuando la guerra sangrienta era una característica habitual de la vida de las personas, un asesino psicópata que disfrutaba infligiendo un daño salvaje a otros podía unirse al ejército, matar hombres, mujeres y niños a su antojo y ganarse un ascenso. La famosa serie de grabados de Francisco de Goya, “Desastres de la Guerra”, con sus horribles imágenes de violación, castración y desmembramiento, deja absolutamente claro que el combate siempre ha brindado la oportunidad a los sádicos uniformados de satisfacer su sed de sangre. Esto ha sido cierto incluso en los últimos tiempos. Un soldado estadounidense, por ejemplo, describió un espectáculo que presenció en Vietnam. Después de matar a tiros a una campesina, un miembro de su escuadrón “fue por allí, le arrancó la ropa, tomó un cuchillo y le cortó la vagina por completo, casi hasta su pecho y sacó sus órganos, completamente fuera de su cavidad, y los arrojó. Luego se inclinó y se arrodilló y comenzó a pelar cada pedazo de piel de su cuerpo y la dejó allí como una señal de algo”.

Hace unos años, de noche y desde la oscuridad de la calle, una voz me pidió ayuda con su cerradura. Sin detenerme ni por 3 segundos, le dije: "Perdóneme, pero ya me esperan". Me alejé rápidamente pensando: "Gracias, Ted Bundy".

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